viernes, 15 de marzo de 2019

A TRAVÉS DE LA CORTINILLA 42



El emblemático edificio inaugurado en Barcelona en el 2014, que actualmente acoge las principales organizaciones relacionadas con el diseño, Museu del Diseny de Barcelona, muestra hasta el 31 de marzo, las mejores sonrisas de la publicidad estática de principios del siglo XX.
Se trata de una nostálgica colección de 250 carteles de cartón, hojalata y baldosas de cerámica de diversas marcas de consumo que invadieron las calles, los escaparates e incluso las fachadas de las casas entre los años 1890 y 1950.
Como estudiante de diseño gráfico en los años setenta, y después de realizar, durante muchas semanas, el logotipo de COCA-COLA, con un tiralíneas con tinta y plantillas curvadas, supe apreciar profundamente a los ilustradores y creativos de aquella época por su habilidad con el pincel, la plumilla o el aerógrafo.
Marcas de alimentación, bebidas, perfumería y cosmética, droguería, industria, seguros, textil o automoción, irrumpieron, muchas de ellas, durante una postguerra en la que la clase trabajadora efectuaba grandes esfuerzos para llegar a fin de mes.
La imagen de un simpático mayordomo mofletudo anunciando un producto de limpieza para metales, resultaba paradójico. (En mi casa recuerdo que los pocos metales que existían, se limpiaban con bicarbonato…)
Fueron exitosas también, las campañas de los vinos espumosos, mientras que en la mayoría de los hogares, se bebía este producto solamente el día de Navidad.
La ilustración de un elegante señor trajeado, contemplando con satisfacción dos rutilantes neumáticos bajo el slogan: “Esta es la marca de calidad”, reflejaba más bien al típico estadounidense en busca del “sueño americano” (No sé si mi padre llegó a ver este precioso cartel troquelado. De todas formas en casa no teníamos vehículo…)
Los creativos de las marcas de un ron francés denominado “negrita” y un chocolate fundado en Barcelona, no debieron tener ningún tipo de perjuicios a la hora de ilustrar a sendas señoras de piel oscura y con evidentes signos de servilismo, para publicar sus característicos materiales gráficos.
Al margen de la pura semántica manifestada en los diseños de estas pequeñas obras de arte, debo confesar que como expresión gráfica, resultó tener un impacto publicitario notable en aquella época y a lo largo de más de cien años después.

domingo, 3 de marzo de 2019

A TRAVÉS DE LA CORTINILLA 41

En 1996 visité por primera vez la ciudad de San Francisco. 
Lo cierto es que es una ciudad singular y, por supuesto, no voy a descubrir sus innumerables motivos por lo que merece la pena visitar esta metrópoli californiana.
Sin embargo, desde aquel año 1996 y en las siguientes ocasiones que he tenido la fortuna de volver a visitar San Francisco, me sorprende la diversidad cultural que se respira en sus calles.
Probablemente hoy, esta apreciación particular se percibe en infinidades de ciudades. No lo pongo en duda.
En esta página, quisiera destacar la imagen de una belleza urbana tan peculiar, que también se me quedó reflejada en la memoria. 
Haight Ashbury es uno de los distritos más peculiares de San Francisco. Además de convertirse en un símbolo del movimiento hippie en los años 60, hoy este distrito,  mantiene un estilo bohemio parecido a cualquier ciudad europea.
Haight Ashbury, se encuentra en la parte alta de la ciudad y situado en una colina, se eleva el enorme y precioso parque del Alamo Square, desde el que se divisa unas bellísimas vistas de la ciudad.
Sentado en la hierba, junto a centenares de personas esparcidas por el prado, la imagen de las casas de estilo victoriano, llamadas Pantied Ladies, llaman poderosamente la atención.
Unas casas de muñecas pero habitadas por personas de carne y hueso en una de las ciudades más carismáticas de la costa californiana de los Estados Unidos de America.
Imperdible.