A las cinco de la
madrugada todavía era noche cerrada, y la temperatura había descendido
sensiblemente.
Los cinco pasajeros, con
aspecto de cansancio, tomaban un café con bollería surtida en el interior
de la primera cubierta. Las pocas horas que habían dormido hacían mella en sus
caras.
―Señores,
―interrumpió Ahmed El Gohary―, deberíamos partir cuanto antes.
Disponemos de una lancha motora que nos trasladará hasta la otraorilla del
Nilo. Les sugiero alguna prenda de abrigo. Hasta que no salga el sol, suele
refrescar.
La pequeña embarcación
cabinada, se encontraba amarrada junto al ITERU y sus inmediatos
ocupantes no tuvieron ninguna dificultad en acceder a ella.
El tripulante de la
barca, solícito y sin decir palabra, ayudó a sus clientes a situarse en el interior
de la cabina. A continuación soltó amarras y de inmediato la embarcación zarpó de
la dársena privada de Luxor Luxury Cruise Limited
Company.
Junto al patrón de la
embarcación, que estaba frente al timón, un enjuto y encorvado egipcio,
embutido en una andrajosa chilaba, se hallaba sentado encima de una nevera
portátil de hielo.
―Os
presento a Masud, significa “afortunado” ―Ahmed, señalaba al enclenque personaje―. El servicial Masud, nos acompañará durante nuestro recorrido por
el Nilo, sin desprenderse ni un instante de su inseparable nevera repleta de
refrescantes bebidas.
―Buenos
días, Masud. Encantado de conocerte... ―Marc
se incorporó para saludar al aludido hombre.
―No se
moleste señor, ―interceptó el
guía―, es sordomudo.
Masud es muy atento y respetuoso
pero... ni oye, ni habla.
Sin embargo, cuando
necesiten beber algo, háganle una señal con la mano...
Masud forma parte de un
servicio exclusivo para grupos reducidos y exigentes como ustedes.
Debo confesar, ―añadió el guía―, que el señor Muntaner, no dudó ni un instante en contratar la
asistencia del fiel Masud, en cuanto le hice saber que existía esta
posibilidad.
Si ustedes me lo
permiten, ―Ahmed aprovechó el
corto trayecto del cauce del Nilo, para
recordarles algunos consejos―,
les recomiendo que durante nuestras visitas a los templos, beban mucha agua.
Aunque las excursiones las realizaremos a primera hora de la mañana. En Egipto
y en cualquier época del año, cuando el sol surge del horizonte, aprieta con
rabia.
También
me gustaría advertirles, sin ánimo de incomodar, que las leyes egipcias son muy
rigurosas con algunas costumbres occidentales como beber alcohol y fumar en el
interior y exterior de los templos.
De
todas formas, Masud, acarrea en su nevera todo tipo de bebidas y fuera de los recintos
“faraónicos”, podrán saciar su sed con cualquier sustancia alcohólica.
La
lancha llegó a la otra orilla del río en pocos minutos. El mismo monovolumen que
los recogió en el aeropuerto internacional de Luxor y trasladó al embarcadero
del ITERU, los estaba esperando.
El
vehículo enfiló una estrecha carretera asfaltada de dos carriles, donde tan solo
transitaban algunas furgonetas repletas de personas que se dirigían a los campos
de cultivo, bicicletas y motocicletas exageradamente cargadas con fardos y
personas, carros atiborrados de verduras y hortalizas, tirados por animales de
carga con destino a los mercados matinales que diariamente nutrían a los
habitantes de las pequeñas aldeas ribereñas del Nilo y algún transeúnte que caminaba
con la apatía diaria hacia su destino laboral.
El
giro inesperado que realizó el monovolumen por una calzada pedregosa, despertó
a los cinco pasajeros que se habían aletargado en los asientos traseros.
Cada
uno de ellos tenía la intención de preguntar ¿dónde nos encontramos...?
O
¿cuánto faltaba por llegar...? Pero la luz de cuatro enormes llamaradas
aisladas en una explanada, dieron motivo por cambiar la pregunta:
―¿Se está quemando algo...? ―Inquirió
Clara.
―No es ningún incendio. Ahora lo verán. ―Ahmed les tranquilizó.
El
vehículo se detuvo muy cerca de uno de los grupos de personas que se concentraban
en cada uno de los fuegos de la planicie.
La
enorme tela multicolor desplegada en la tierra sujeta por varios cables a una
cesta de mimbre y madera, delataba que los turistas madrugadores se enfrentaban
a una aventura aérea en un globo aerostático.
―¡Dios mío, subiremos en globo...!
―Esto... ¿es seguro...?
―¡Es lo único que me faltaba hacer en esta vida... subir en globo...!
―Este trasto, ¿sube muy arriba...?
―¡Joder! ¿Estos tíos saben manejar esto...?
Todos
y cada uno de los futuros aeronautas expresaba sus repentinas impresiones ante
aquella inesperada experiencia.
Dos
hombres vestidos con chilabas, aguantaban fuertemente el habitáculo rectangular
de mimbre entrelazado, amarrado al suelo.
En su
interior, dos egipcios más manipulaban las válvulas de los quemadores de
propano calentando el aire de la tela esférica. El globo empezó a enderezarse.
Con
la ayuda de una banqueta corroída de madera para facilitar el acceso a la barquilla,
Cristian y sus invitados se acomodaron en su interior, sujetándose al
pasamanos, algo temerosos.
Por
su parte, Masud se había introducido dentro de la cesta, con una facilidad inusual,
teniendo en cuenta su cuerpo lisiado y cargado con su inseparable nevera.
Una
gran llamarada, a pocos metros de las cabezas de los aeronautas, expulsada por
el quemador sujeto al armazón que sostenía el frágil habitáculo de mimbre,
iluminaba las entrañas de la gran esfera multicolor que comenzó a elevarse.
Un
resplandor madrugador, irradiaba en el horizonte y presagiaba un amanecer espectacularmente
bello, planeando desde trescientos metros de altura.
―Queridos amigos, ―interceptó
Ahmed, justo en el momento mágico que envolvía
a los cinco expectantes compañeros de viaje―, aunque sea muy temprano, creo que es una buena ocasión para
celebrar toda esta maravilla. ¡Masud...!
El
fiel servidor ya tenía en sus manos cinco copas de champán que las repartió con
celeridad. Acto seguido abrió una botella del espumoso francés.
Ahmed,
con un botellín de agua y con aspecto ceremonioso, los incitó a brindar:
―Bienvenidos a Egipto. Será un honor para mí poderles ilustrar un poco más
sobre la historia de este país y concretamente sobre la historia del Antiguo Egipto. Les deseo una feliz estancia.
―Muchas gracias, Ahmed. ―Contestaron
todos unánimemente.
―Muchas gracias. ―Cristian
tomó la palabra―. De momento,
Ahmed, el
inicio de este esperanzador y maravilloso viaje, no podía ser tan sorprendente.
Muchas
felicidades.
¡Por
ti y por todas las maravillas de esta tierra.!
Todos
alzaron sus copas.
Cuando
el globo mantuvo el techo absoluto de vuelo, imperó la estabilidad.
Todos
los ocupantes de aquella cesta que pendía de la enorme esfera solitaria que
se balanceaba por encima de una planicie salpicada de casas a medio construir, de
campos de cultivo y frondosas arboledas a orillas del Nilo, observaban con
detalle el paisaje con la todavía tenue claridad del sol matinal.
―¿Es Luxor...?
―Exactamente señorita Clara. La ciudad de Luxor. ―Respondió Ahmed dispuesto
a ofrecer su primera disertación sobre los monumentos que iban apareciendo
con los primeros rayos de sol.
―La antigua ciudad de Tebas y capital del Imperio Egipcio durante casi mil
años. Aquel complejo monumental, ―señaló
el guía―, es el grandioso Templo
de Amón, el “Rey de todos los Dioses” y también se puede apreciar la Avenida de
las Esfinges con cabezas de carnero que enlaza este mismo templo con el de Karnak.
Un
grandioso testimonio de la grandeza del Antiguo Egipcio.
Pasado
mañana tendrán la ocasión de contemplar con detalle esta maravilla.
―Y a su izquierda, señoras y señores, ―continuó Ahmed―,
pueden admirar los
templos de Deir el-Bahari, un ejemplo claro de la integración del monumento en
el paisaje.
Para
construir los templos de Mentuhotep II, Hatshhepsut y Tutmosis III,
aprovecharon la pared rocosa de la montaña.
Es
uno de los conjuntos funerarios más importantes de la zona, ―prosiguió el
guía egipcio ante la mirada expectante de sus clientes―, el más conocido es el de
la reina Hatshhepsut, de la dinastía XVIII.
―¿Y el Valle de los Reyes, donde descubrieron la tumba y los tesoros de Tutan...?
―Neb-jeperu-Ra Tut-anj-Amón, más conocido como Tutankamón, señorita Clara.
―Ahmed se lo especificó con
humildad.
―¡Eso, Tutankamón...!
―Pues Tutankamón, el “faraón niño”, fue un faraón perteneciente también a la
dinastía XVIII y aunque su reinado fue breve e intrascendente, su fama se
debe al descubrimiento tardío de su tumba.
Efectivamente,
el egiptólogo inglés Howard Carter, descubrió la tumba de Tutankamón, en 1922
en el Valle de los Reyes y el impacto mediático tuvo cobertura a nivel mundial.
Todo ello sirvió, y para nuestro país mucho más, para reavivar el interés por
el Antiguo Egipto.
―Me muero de ganas por ver los tesoros que encontraron en su tumba...
Clara
enfatizaba con su relato, imaginándose dentro de las cámaras funerarias
egipcias,
―y también deleitándome con el
sarcófago de oro macizo...
―Me temo que esto no va a ser posible, señorita Clara... ―puntualizó Ahmed.
―¡Cristian...! ¿No veremos los tesoros de Tutankamón...?
―No visitaremos El Cairo, querida. Lo que descubrió Howard Carter se encuentra
en el Museo Egipcio de El Cairo...
―¡Qué decepción. Con la ilusión que me hacía ver todas aquellas joyas y...!
―Pero mujer, no habrás venido a Egipto solo para ver cuatro reliquias de hace
miles de años. ―Intervino David
repulsando el tesoro de la tumba del faraón.
―Por cierto, Ahmed, ―interpeló
la pareja de Clara―, en el Valle
de los Reyes
están enterrados los faraones y en el Valle de las Reinas... lógicamente las reinas,
¿es cierto...?
―No del todo, señor David. En el Valle de las Reinas se han descubierto, en la
actualidad, 98 sepulcros y no todos son de las esposas de faraones, también se han
encontrado tumbas de príncipes...
―Allí se encontró la tumba de Nefertiti, ¿verdad Ahmed...?
―No, señor David. Siento volver a rectificarlo. En la necrópolis del Valle
de las
Reinas, se encontró la tumba de Nefertari, la Gran esposa Real de Ramsés II...
―¡Bueno... bueno. Nefertari o... Nefertiti... Qué más da...!
Replicó
David, molesto.
―Nefertiti, querido amigo, ―intercedió
Cristian con un atisbo de presunción―, perteneció
a la dinastía XVIII, cien años, aproximadamente, posterior a Nefertari y
precisamente, Nefertiti junto a Cleopatra, ¿te suena, no? son las dos
reinas que sus tumbas todavía no se han encontrado.
―Es cierto, ―aludió el guía
egipcio―, aunque se especula que
los restos de
Nefertiti pueden hallarse en alguna de las cámaras adyacentes a la de
Tutankamón...
―Nefertiti, ―intervino Marc―, creo que fue una mujer muy hermosa.
Según un
busto de ella que no recuerdo dónde se encuentra, se aprecia...
―En el Museo Egipcio de Berlín... ―Puntualizó
Cristian.
―¿Cómo...?, ―preguntó su
hermano.
―El busto de Nefertiti, que fue descubierto en el año 1912, en el taller de su
escultor, en la antigua ciudad de Ajetatón, se encuentra en el Museo Egipcio de
Berlín, querido hermanito...
Unos
espaciados aplausos resonaron en el espacio etéreo que rodeaba aquella canasta
que se columpiaba sutilmente.
―¡Muy bien... Fantástico... Profesor Muntaner...!
Podrías continuar la visita... Cristian, con el
permiso de Ahmed, por supuesto.
Nos estás sorprendiendo una vez más, profesor. Nos
estás descubriendo tu nueva faceta de erudito egiptólogo...
Ivana
se mofaba desde el otro lado de la barquilla.
―¡Por favor, Ivana...! Solo he leído algo de
historia, antes de viajar... No seas cruel querida y piensa en lo que dijo
Confucio...: “el que domina su cólera, domina a su peor enemigo..,” pero si me aceptas un consejo,
no te convienen ciertos enemigos...
Sin embargo... brindaremos por ti.
Cristian
se acercó a Masud y le extendió un billete de 50 Libras Egipcias y su copa
vacía.
―¿Tenemos más champán, Masud?
―Me alegro que pienses así, querido... ―Clara se acercó al fiel
sirviente.
Mientras
los cinco amigos brindaban con una segunda botella de champán bien
frío, uno de los egipcios le hizo un comentario a Ahmed y a continuación el
guía se dirigió al grupo:
―¿Señores, les comunico que vamos a realizar la
operación de descenso. Les rogaría que se sujetaran a la baranda.
El
inmenso globo aerostático inició el descenso hasta llegar a pocos metros del
suelo. Mientras que los dos egipcios manipulaban las válvulas del quemador, la
barquilla rozó la superficie arenosa en una llanura desértica y volvió a ascender.
A lo lejos se entreveían varios vehículos en medio de una espesa polvareda.
La
base de madera de la canasta, con los aeronautas en su interior, volvió a arrastrarse
por la escabrosa y desolada explanada, de manera brusca, hasta que se detuvo.
Los
vehículos, dos todoterrenos, una furgoneta con seis egipcios y un viejo camión
con la caja abierta, llegaron al lugar. Masud fue el primero que, junto a su
nevera, saltó a tierra firme y corriendo se acercó a uno de los Toyotas
recién
llegados.
Aunque
las manecillas de los relejes solo marcaban las nueve de la mañana, el calor
era sofocante. El servicial egipcio les facilitó, a pie de los vehículos,
toallitas húmedas. El reducido grupo se repartió en los dos coches que tenían
el aire acondicionado en marcha, deferencia que los acalorados aeronautas
agradecieron.
Los
dos Toyotas se alejaron de aquel
inhóspito lugar mientras los ocupantes de la
furgoneta habían rodeado la gran tela multicolor e intentaban dominarla.
Después
de extinguirse el soplete que caldeaba su interior, se desvaneció, y
aunque extendida en el suelo, todavía se contoneaba por la brisa matinal en
aquel desierto diáfano.
Una
vez que los turistas españoles sustituyeron los destartalados todoterrenos por
su Mercedes Benz Vito de la
naviera Luxor Luxury Cruise Limited
Company que
permanecía en la misma explanada en la que despegó el globo aerostático, se
dirigieron hacia a carretera principal.
Por
recomendación de Ahmed El Gohary, antes del mediodía visitarían los templos de Deir el-Bahari y
el Valle de los Reyes.
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LOBOS (2017) Si alguien está interesado en la novela, puede contactar conmigo. |