Me introduje en el “Territorio Country” en el año 2001 sin saber muy bien por qué. Hay
tantas cosas que he hecho en esta vida sin obtener respuestas a muchas preguntas...pero
una noche me encontré en un local muy peculiar. Todo era norteamericano. Y
cuando digo “todo” es que era todo y
perdonadme tanta redundancia.
El bar estaba decorado como si se
tratara de una cantina del viejo Oeste, los clientes asiduos iban vestidos con
los atuendos más característicos de los rancheros de Texas.
Me encontraba como un espectador en el
rodaje de una película de John Ford.
Poco a poco iba descubriendo pequeños
detalles que evidenciaban la idiosincrasia de aquella gente. Apoyado en la
barra del bar y bebiendo de una botella de cerveza Budweiser, ¿cuál si no?,
tenía una perspectiva general y, por qué no decirlo, individual de lo más
curiosa y a la vez imprudente. Tengo que confesar que soy adicto al voyerismo
urbano y con el paso de las horas e incluso de los días, iba descubriendo
secretos característicos de aquellos noctámbulos anónimos.
La amalgama de edades y diversidades
culturales y sociales, no se correspondía a las vestimentas individuales. Todos
iban prácticamente uniformados. Pero las tendencias de la moda tejana también
habían cruzado el Atlántico y alcanzaban este “Territorio Country”.
Mayoritariamente, tanto hombres como
mujeres, usaban jeans Wrangler sujetados por un ancho cinturón con una vistosa,
metálica y regia hebilla.
Muchos de ellos, de uno de los
bolsillos traseros, les colgaba parte de un pañuelo coloreado ¿Os acordáis de
la portada del disco “Born in the U.S.A.”
de Bruce Springsteen’s...?
Lógicamente, no podía faltar un buen
sombrero vaquero de ala ancha Stetson, la marca preferida de los aplicados émulos
del oeste americano.
Equinos en la puerta del local,
obviamente no habían, pero todos usaban botas camperas de piel. Las más usadas
las de vaca y las más cotizadas, las de serpiente, cocodrilo o cualquier otro
reptil.
Para cubrir el cuerpo, lo más habitual era
utilizar amisas de manga larga a cuadros o sugestivos dibujos, siempre con
alegorías a temas en cuestión.
Paradójicamente, cabe destacar los
coloridos estampados de penachos de indios y manadas de búfalos, iconos
indiscutibles norteamericanos que curiosamente, los propios estadounidenses,
estuvieron a punto de extinguir.
En invierno también abundaban las
chaquetas de cuero con flecos, tipo General Custer. En verano, se permitía usar
camisetas de manga corta y con la misma línea de estampación.
Lo que sí debo agradecer, y hablo por
mi sensibilidad estética, es la nula existencia de “chándal” y zapatillas de deporte.
La palabra “prohibir” suele tener connotaciones negativas y utilizarla en un
país libre y democrático, y aunque monárquico y católico, como el nuestro,
resulta retrógrado, pero en este caso y que no sirva de precedente, haría una
excepción: personalmente prohibiría el uso del “chándal” en toda su expresión y sancionaría al sujeto que, aunque solo sea para recorrer, los
domingos por la mañana, los trescientos metros de distancia, para ir a comprar
el pan, estando completamente mentalizado en un impulso de auto convencimiento
cívico-ecológico de no mover el auto aparcado en el estacionamiento, durante
unas cuantas horas.
Al día siguiente, él mismo y sin
mayores escrúpulos, se desplazará a la oficina con el coche.
Además prohibiría también su
confección, distribución y venta de manera taxativa.
Lo siento, cada uno tiene sus
debilidades.
Sigamos. El local en cuestión, mejor
dicho, los locales que en aquella época habían proliferado, estaban recubiertos
en madera y el parquet en el suelo hacía las delicias de los incansables “cowboys” que siguiendo la
característica música “country”,
bailaban en “línea” con los dedos pulgar colgados del cinturón
traqueteando con los tacones de sus botas, la gastada y machacada madera.
Colgados de las paredes, destacaban los
objetos más privativos y característicos extraídos de los mismísimos Estados de
Alabama, Lusiana, Texas o Arizona.
Uno de los símbolos que me llamó la
atención el primer día fue una bandera. Pero no la bandera de los EE.UU,
conocida entre otros nombres como: “Tthe Star-Spangled Banner” que significa más o menos: “la
bandera adornada de estrellas”, si no otra con distintas alusiones.
La “Navy
Jack confederada”, coloquialmente denominada “bandera rebelde” o “cruz
sureña” o simplemente “dixie”.
Pues bien, esta bandera representa la
herencia de los Estados Sureños de Norteamérica y su condición de independencia
que les arrastró a la Guerra de Secesión.
A pesar del tiempo transcurrido,
actualmente se puede ver ondeando en algunos parajes de ciertos estados, que en
su día fueron confederados.
Sin embargo, me llamó la atención que
este género musical llamado “country
& westen”, nacido en los años veinte en zonas rurales del sur de los
Estados Unidos, se otorgue, con extrema ligereza, la bandera “dixie sureña” como icono de este
movimiento.
Personalmente nunca he practicado el
patriotismo ni mucho menos el chovinismo, y por supuesto, las banderas, himnos,
colores y demás elementos identificativos me merecen el máximo respeto y punto.
Simplemente quisiera recordar que uno
de los motivos por lo que se inició la cruenta Guerra de Secesión fue por
abolir la esclavitud en los estados del sur de América.
Actualmente, ¿qué debe pensar una
persona de color en el estado de Georgia o Misisipi o Alabama entre otros,
viendo la “dixie” bordada en la chupa
de piel de un motero?
Si conoce la historia de sus más
recientes antepasados, sabrá probablemente, que su bisabuelo estuvo
recolectando algodón en condiciones sobrehumanas, hace poco más de 150 años.
Quizás no piense nada.
Desgraciadamente, los negros en Norteamérica, tienen otros problemas y precisamente
también con los blancos.
Y si nos centramos en nuestro país, los
locales a los que me he referido anteriormente, se encontraban y se encuentran justamente
en una comarca de la provincia de Barcelona en donde se registra un gran número
de inmigrantes de color que trabajan cómo y donde pueden y mal viven en
adversas condiciones.
También es cierto que esos pobres
expatriados no se fijan, o tal vez no tengan ni idea de su significado, en la “dixie” bordada en la chupa de piel de
un motero ni frecuenten ningún “Territorio
Country”.
Sinceramente, no veo yo, a ningún
senegalés o gambiano, después de recoger tropecientos kilos de patatas durante
catorce horas continuadas bajo un sol de justicia, se envuelva su pulverizada
espalda con su chilaba de los domingos y tocado con un Stetson se tome un “bourbon” apoyado a la barra de un bar “country”, bajo la alegórica “cruz sureña confederada”… Pero nunca se
sabe. La vida da muchos tumbos.
Otro símbolo, emblema e icono, venerado
e incluso idolatrado por muchos asiduos a la cervecería en cuestión, colgaba de
las paredes, incrustado en la piel de chalecos y chaquetillas, moldeado en las
camisetas que cubría los senos zarandeados por el ajetreo de su propietaria
mientras marcaba “punta, tacón” al
son de la música y por supuesto acuñado en un mosquetón que sujetaba una larga
cadena, atada a la cintura y aferrada a
las llaves de una Harley aparcada a la entrada del local.
Me refiero a la alegoría más
representativa del espíritu “country”,
al sueño americano por la mayoría de los parroquianos de estos vetustos
fortines del siglo XXI.
Una enseña de dos dígitos: 66
La RUTA 66. Una carretera construida en
los años veinte que originariamente discurría entre Chicago y Los Ángeles (3.939km.) o sea, de Este a Oeste del
territorio norteamericano.
Curiosamente y una vez descatalogada en
1985, la Ruta 66, o mejor dicho lo que queda de ella, se puso de moda , aquí y
allí, y las agencias de viajes especializadas, que ofertaban atractivos
paquetes turísticos, con Harleys incluidas, recorriendo la mítica carretera,
crecieron como setas,
Hoy, los “motards”, de aquí, más nostálgicos y también más acaudalados, se
lanzan como posesos a emular a los “Ángeles
del Infierno” o a Dennis Hopper en “Easy
Rider” y durante un par de semanas, como mínimo, se espatarran encima del
depósito de una auténtica Harley-Davidson, y con la calentura del motor de
1.500cc que envuelve sus partes más íntimas, además de la engendrada por los 50
grados de temperatura ambiente, los
latigazos al rostro del aire cálido y desértico y con la inamovible chupa de
cuero, con casco o sin él, según el estado norteamericano, que te facilita la
oportunidad de romperte la crisma, recorren hasta aburrirse, las interminables
carreteras del desierto de Arizona.
Toda una descarga de adrenalina difícil
de superar.
De vez en cuando hay que desviarse,
aunque sea para hacerse la foto de rigor y circular unos kilómetros por la
auténtica Ruta 66.
No solo fueron estos audaces moteros
ávidos de “morder” el polvo de la
legendaria carretera norteamericana con sus potros mecánicos. En mi preferido “Territorio Country”, el Wild Bunch
Saloon, regentada desde sus inicios, hace ahora veinte años, por la
incombustible Dolors, conocí a otros y no menos intrépidos personajes que su
máximo ensueño era también cruzar el charco pero no para montarse en una
Harley, si no para contraer, en primeras o segundas o tal vez más nupcias en la
ficticia, desorbitante, bulliciosa, impersonal…y no sigo, ciudad de Las Vegas.
Creo recordar que iban ataviados como
auténticos tejanos y como no podía faltar, la presencia del mismísimo Elvis
Presley como padrino de boda, bueno…uno de los trescientos mil imitadores del
gran cantante de rock que pululan por las calles de aquella inexpresable
ciudad.
Cada cual se casa o se descasa donde le
da la gana, ¡faltaría más!
Para gustos…colores.
¡Ah! Se me olvidaba. En mi armario conservo
un sombrero Stetson…