"...Y ADEMÁS TOCA EL CLARINETE"
El genial y prolífico director de cine, actor, guionista, escritor, humorista y dramaturgo Woody Allen también es...músico.
Tuve el privilegio de asistir a la cena espectáculo que ofrece todos los días el legendario Café Carlyle en Nueva York para ver por curiosidad y escuchar por satisfacción a Woody Allen y su banda de jazz.
Desde su inauguración en 1955, el Café Carlyle, ha mantenido su elegancia y glamour en un reducido, pero bien aprovechado espacio.
El emblemático café-pub neoyorkino, ha destacado en auspiciar a talentos musicales y aunque crea que no es el caso de nuestro protagonista, allí está, cada lunes arropado con la banda de jazz de Nueva Orleans de Eddy Davis.
Woody Allen apareció discretamente entre el público, cuando las manecillas del reloj no llegaban a las 20.00 horas.
Una vez sentado y sin más dilación la euforia convertida en sonido dixeland estalla en toda la sala y se convierte en un derroche de ritmo, improvisación, innovación, creatividad...
Toda una exuberancia de swing que aceleró el tiempo sin condescendencia...sin meditación.
A la hora y media de concierto, y teniendo, probablemente, complacido el ánimo de nuestro protagonista, se le disipó una leve sonrisa a uno de sus músicos. Todo un dispendio de simpatía, muy característico del oscarizado cineasta por Annie Hall, que por cierto, aquel lunes de 1977 se encontraba precisamente tocando el clarinete.
Llegó, estuvo y se marchó con la cabeza cabizbaja, no mirando más en frente que a sus rodillas.
Sólo al finalizar el concierto y una vez que hubo recogido sus boquillas en un pequeño maletín, alzó la cabeza y se dirigió a los noventa incondicionales y entusiastas idólatras que habíamos desembolsado, como mínimo, 280$, en una actuación estelar, hay que tenerlo en cuenta y una cena (un steak tártar y una copa de Malbec argentino) y en otro dispendio de inmensa verborrea y locuacidad pronunció la palabra mágica, reprimida... thank you!
Acto seguido se levantó y desapareció de la reducida y excitada sala con la misma prudencia que entró.
El emblemático café-pub neoyorkino, ha destacado en auspiciar a talentos musicales y aunque crea que no es el caso de nuestro protagonista, allí está, cada lunes arropado con la banda de jazz de Nueva Orleans de Eddy Davis.
Woody Allen apareció discretamente entre el público, cuando las manecillas del reloj no llegaban a las 20.00 horas.
Una vez sentado y sin más dilación la euforia convertida en sonido dixeland estalla en toda la sala y se convierte en un derroche de ritmo, improvisación, innovación, creatividad...
Toda una exuberancia de swing que aceleró el tiempo sin condescendencia...sin meditación.
A la hora y media de concierto, y teniendo, probablemente, complacido el ánimo de nuestro protagonista, se le disipó una leve sonrisa a uno de sus músicos. Todo un dispendio de simpatía, muy característico del oscarizado cineasta por Annie Hall, que por cierto, aquel lunes de 1977 se encontraba precisamente tocando el clarinete.
Llegó, estuvo y se marchó con la cabeza cabizbaja, no mirando más en frente que a sus rodillas.
Sólo al finalizar el concierto y una vez que hubo recogido sus boquillas en un pequeño maletín, alzó la cabeza y se dirigió a los noventa incondicionales y entusiastas idólatras que habíamos desembolsado, como mínimo, 280$, en una actuación estelar, hay que tenerlo en cuenta y una cena (un steak tártar y una copa de Malbec argentino) y en otro dispendio de inmensa verborrea y locuacidad pronunció la palabra mágica, reprimida... thank you!
Acto seguido se levantó y desapareció de la reducida y excitada sala con la misma prudencia que entró.
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