lunes, 22 de junio de 2015

MIS MONÓLOGOS PREFERIDOS 2


Mi abuela decía que los que hablaban solos estaban locos de atar... Probablemente, mi abuela tuviera algo de razón...

“TERRITORIO COUNTRY”



Me introduje en el “Territorio Country” en el año 2001 sin saber muy bien por qué. Hay tantas cosas que he hecho en esta vida sin obtener respuestas a muchas preguntas...pero una noche me encontré en un local muy peculiar. Todo era norteamericano. Y cuando digo “todo” es que era todo y perdonadme tanta redundancia.
El bar estaba decorado como si se tratara de una cantina del viejo Oeste, los clientes asiduos iban vestidos con los atuendos más característicos de los rancheros de Texas.
Me encontraba como un espectador en el rodaje de una película de John Ford.
Poco a poco iba descubriendo pequeños detalles que evidenciaban la idiosincrasia de aquella gente. Apoyado en la barra del bar y bebiendo de una botella de cerveza Budweiser, ¿cuál si no?, tenía una perspectiva general y, por qué no decirlo, individual de lo más curiosa y a la vez imprudente. Tengo que confesar que soy adicto al voyerismo urbano y con el paso de las horas e incluso de los días, iba descubriendo secretos característicos de aquellos noctámbulos anónimos.
La amalgama de edades y diversidades culturales y sociales, no se correspondía a las vestimentas individuales. Todos iban prácticamente uniformados. Pero las tendencias de la moda tejana también habían cruzado el Atlántico y alcanzaban este “Territorio Country”.
Mayoritariamente, tanto hombres como mujeres, usaban jeans Wrangler sujetados por un ancho cinturón con una vistosa, metálica y regia  hebilla.
Muchos de ellos, de uno de los bolsillos traseros, les colgaba parte de un pañuelo coloreado ¿Os acordáis de la portada del disco “Born in the U.S.A.” de Bruce Springsteen’s...?
Lógicamente, no podía faltar un buen sombrero vaquero de ala ancha Stetson, la marca preferida de los aplicados émulos del oeste americano.
Equinos en la puerta del local, obviamente no habían, pero todos usaban botas camperas de piel. Las más usadas las de vaca y las más cotizadas, las de serpiente, cocodrilo o cualquier otro reptil.
Para cubrir el cuerpo, lo más habitual era utilizar amisas de manga larga a cuadros o sugestivos dibujos, siempre con alegorías a temas en cuestión.
Paradójicamente, cabe destacar los coloridos estampados de penachos de indios y manadas de búfalos, iconos indiscutibles norteamericanos que curiosamente, los propios estadounidenses, estuvieron a punto de extinguir.
En invierno también abundaban las chaquetas de cuero con flecos, tipo General Custer. En verano, se permitía usar camisetas de manga corta y con la misma línea de estampación.
Lo que sí debo agradecer, y hablo por mi sensibilidad estética, es la nula existencia de “chándal” y zapatillas de deporte.
La palabra “prohibir” suele tener connotaciones negativas y utilizarla en un país libre y democrático, y aunque monárquico y católico, como el nuestro, resulta retrógrado, pero en este caso y que no sirva de precedente, haría una excepción: personalmente prohibiría el uso del “chándal” en toda su expresión y sancionaría al sujeto que, aunque solo sea para recorrer, los domingos por la mañana, los trescientos metros de distancia, para ir a comprar el pan, estando completamente mentalizado en un impulso de auto convencimiento cívico-ecológico de no mover el auto aparcado en el estacionamiento, durante unas cuantas horas.
Al día siguiente, él mismo y sin mayores escrúpulos, se desplazará a la oficina con el coche.
Además prohibiría también su confección, distribución y venta de manera taxativa.
Lo siento, cada uno tiene sus debilidades.
Sigamos. El local en cuestión, mejor dicho, los locales que en aquella época habían proliferado, estaban recubiertos en madera y el parquet en el suelo hacía las delicias de los incansables “cowboys” que siguiendo la característica música “country”, bailaban en “línea”  con los dedos pulgar colgados del cinturón traqueteando con los tacones de sus botas, la gastada y machacada madera.
Colgados de las paredes, destacaban los objetos más privativos y característicos extraídos de los mismísimos Estados de Alabama, Lusiana, Texas o Arizona.
Uno de los símbolos que me llamó la atención el primer día fue una bandera. Pero no la bandera de los EE.UU, conocida entre otros nombres como: “Tthe Star-Spangled Banner” que significa más o menos: “la bandera adornada de estrellas”, si no otra con distintas alusiones.
La “Navy Jack confederada”, coloquialmente denominada “bandera rebelde” o “cruz sureña” o simplemente “dixie”.
Pues bien, esta bandera representa la herencia de los Estados Sureños de Norteamérica y su condición de independencia que les arrastró a la Guerra de Secesión.
A pesar del tiempo transcurrido, actualmente se puede ver ondeando en algunos parajes de ciertos estados, que en su día fueron confederados.
Sin embargo, me llamó la atención que este género musical llamado “country & westen”, nacido en los años veinte en zonas rurales del sur de los Estados Unidos, se otorgue, con extrema ligereza, la bandera “dixie sureña” como icono de este movimiento.
Personalmente nunca he practicado el patriotismo ni mucho menos el chovinismo, y por supuesto, las banderas, himnos, colores y demás elementos identificativos me merecen el máximo respeto y punto.
Simplemente quisiera recordar que uno de los motivos por lo que se inició la cruenta Guerra de Secesión fue por abolir la esclavitud en los estados del sur de América.
Actualmente, ¿qué debe pensar una persona de color en el estado de Georgia o Misisipi o Alabama entre otros, viendo la “dixie” bordada en la chupa de piel de un motero?
Si conoce la historia de sus más recientes antepasados, sabrá probablemente, que su bisabuelo estuvo recolectando algodón en condiciones sobrehumanas, hace poco más de 150 años.
Quizás no piense nada. Desgraciadamente, los negros en Norteamérica, tienen otros problemas y precisamente también con los blancos.
Y si nos centramos en nuestro país, los locales a los que me he referido anteriormente, se encontraban y se encuentran justamente en una comarca de la provincia de Barcelona en donde se registra un gran número de inmigrantes de color que trabajan cómo y donde pueden y mal viven en adversas condiciones.
También es cierto que esos pobres expatriados no se fijan, o tal vez no tengan ni idea de su significado, en la “dixie” bordada en la chupa de piel de un motero ni frecuenten ningún “Territorio Country”.
Sinceramente, no veo yo, a ningún senegalés o gambiano, después de recoger tropecientos kilos de patatas durante catorce horas continuadas bajo un sol de justicia, se envuelva su pulverizada espalda con su chilaba de los domingos y tocado con un Stetson se tome un “bourbon” apoyado a la barra de un bar “country”, bajo la alegórica “cruz sureña confederada”… Pero nunca se sabe. La vida da muchos tumbos.

Otro símbolo, emblema e icono, venerado e incluso idolatrado por muchos asiduos a la cervecería en cuestión, colgaba de las paredes, incrustado en la piel de chalecos y chaquetillas, moldeado en las camisetas que cubría los senos zarandeados por el ajetreo de su propietaria mientras marcaba “punta, tacón” al son de la música y por supuesto acuñado en un mosquetón que sujetaba una larga cadena, atada a la cintura  y aferrada a las llaves de una Harley aparcada a la entrada del local.
Me refiero a la alegoría más representativa del espíritu “country”, al sueño americano por la mayoría de los parroquianos de estos vetustos fortines del siglo XXI.
Una enseña de dos dígitos: 66
La RUTA 66. Una carretera construida en los años veinte que originariamente discurría entre Chicago y Los Ángeles (3.939km.) o sea, de Este a Oeste del territorio norteamericano.
Curiosamente y una vez descatalogada en 1985, la Ruta 66, o mejor dicho lo que queda de ella, se puso de moda , aquí y allí, y las agencias de viajes especializadas, que ofertaban atractivos paquetes turísticos, con Harleys incluidas, recorriendo la mítica carretera, crecieron como setas,
Hoy, los “motards”, de aquí, más nostálgicos y también más acaudalados, se lanzan como posesos a emular a los “Ángeles del Infierno” o a Dennis Hopper en “Easy Rider” y durante un par de semanas, como mínimo, se espatarran encima del depósito de una auténtica Harley-Davidson, y con la calentura del motor de 1.500cc que envuelve sus partes más íntimas, además de la engendrada por los 50 grados de temperatura  ambiente, los latigazos al rostro del aire cálido y desértico y con la inamovible chupa de cuero, con casco o sin él, según el estado norteamericano, que te facilita la oportunidad de romperte la crisma, recorren hasta aburrirse, las interminables carreteras del desierto de Arizona.
Toda una descarga de adrenalina difícil de superar.
De vez en cuando hay que desviarse, aunque sea para hacerse la foto de rigor y circular unos kilómetros por la auténtica Ruta 66.

No solo fueron estos audaces moteros ávidos de “morder” el polvo de la legendaria carretera norteamericana con sus potros mecánicos. En mi preferido “Territorio Country”, el Wild Bunch Saloon, regentada desde sus inicios, hace ahora veinte años, por la incombustible Dolors, conocí a otros y no menos intrépidos personajes que su máximo ensueño era también cruzar el charco pero no para montarse en una Harley, si no para contraer, en primeras o segundas o tal vez más nupcias en la ficticia, desorbitante, bulliciosa, impersonal…y no sigo, ciudad de Las Vegas.
Creo recordar que iban ataviados como auténticos tejanos y como no podía faltar, la presencia del mismísimo Elvis Presley como padrino de boda, bueno…uno de los trescientos mil imitadores del gran cantante de rock que pululan por las calles de aquella inexpresable ciudad.
Cada cual se casa o se descasa donde le da la gana, ¡faltaría más!
Para gustos…colores.
¡Ah! Se me olvidaba. En mi armario conservo un sombrero Stetson… 



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