Mi abuela decía que los que hablaban solos estaban locos de atar... Probablemente, mi abuela tuviera algo de razón...
CITA A CIEGAS
Si en un momento de descendencia anímica o simplemente te encuentras con la moral por los suelos y necesitas, entre otras cosas compañía, no es extraño que hoy, con esta estructura social que nos envuelve, te conectes con tu ordenador con alguna página que te enlaza con otro ser que se encuentra en tu misma situación.
No sé si es así como funciona pero más o menos...
Por lo que he podido
averiguar, casi siempre hay alguien al otro lado del ordenador que está
dispuesto a aceptar un cita para experimentar el primer contacto visual, si es
que todavía no se han remitido fotografías... reales.
No obstante, el hombre, si se
trata de dos seres de distinto sexo, espera comprobar el físico de su pareja
porque como primate que es, lo único que desea es satisfacer sus instintos
sexuales, en la mayoría de los casos.
La mujer, mucho más
inteligente, mucho más discreta y recatada, afronta esta primera cita con el
mejor vestuario que alberga su armario, con una visita a la peluquería y con
unas gotas de un perfume francés debajo de los óvulos de las orejas y que lleva
dos años en el estante de su cuarto de baño en espera de utilizarlo en grandes
acontecimientos.
Bien, pues yo me hago mi
película y podía resumirse así:
Para ser el primer encuentro,
ella lo citó en un terreno neutral. Un mediodía en un concurrido restaurante de
nivel medio.
Ella lo esperó sentada en una
terraza a varios metros de distancia. Quería ver a su presa a cierta distancia.
Tanto ella como él, se
olvidaron de identificarse con un clavel en la solapa o con otra tontería
similar.
Tuvieron que exprimir su
celebro y escudriñar alguna teoría de psicoanálisis para averiguar quién era
quién.
Lógicamente él, esta
sutileza, le fue incapaz de asimilarla y sólo buscaba una mujer parecida a una “Barbie”.
Pero al final, ella se
levantó y se acercó a la entrada del restaurante. Él se aproximó y se
encontraron de frente.
-Hola soy
Fernando...
-Hola yo soy Carmen...
¿Y esto...?
La chica como hipnotizada,
tenía los ojos puestos en la camiseta de un equipo de fútbol que el tal
Fernando llevaba puesta.
No se fijó en la cara del
individuo. Su careto de energúmeno le hubiera dado la respuesta.
-¡Ah...! Es que soy
un hincha forofo empedernido del Club de fútbol Maratoniense... -Contestó
todo presuntuoso.
-¡Tú lo que eres un auténtico gilipollas integral...!
Debería haberle respondido la incrédula Carmen y no
sólo, pensarlo....
Pero la muchacha, con
resignación, entró en el restaurante acompañada de aquel descerebrado con la
única esperanza de ser la primera y última vez que pisaba aquel local y rezando
todas las Aves Marías que conocía
para que ningún familiar, amigo, conocido o saludado, coincidiera con ellos
durante el ágape.
Tengo que reconocer que soy
un “voyeur” insensible y un despiadado inventor de
historias.
Y como tenía tiempo, me
interrogué, mientras fotografiaba la espalda de aquel ser inhumano, con la
máxima discreción:
En primer lugar pensé en como
una persona podía ser tan hortera para presentarse a una cita con esta guisa.
Vestido con una camiseta de un equipo de fútbol, ya sea de color grana, azul,
blanco, rojo, verde, a rayas o a cuadros...
En segundo lugar pensé si
estábamos en Carnaval. Rápidamente me di cuenta que era verano. También es
cierto que existen disfraces mucho más elegantes que una camiseta futbolera,
pero cada uno se disfraza como quiere, aunque aquel lerdo, con una gomita elástica
por detrás de las orejas hubiera tenido suficiente.
En tercer lugar también pensé
en que había estado jugando un partido y con las prisas de llegar puntual a una
cita no tuvo tiempo de cambiarse.
También me di cuenta
rápidamente que aquel individuo no había corrido detrás de un balón de fútbol
en toda su ridícula vida.
En cuarto lugar, pensé que
regresaba de asistir a un partido de fútbol. Tampoco. Todos los jugadores se
encontraban de vacaciones y no habían partidos de fútbol.
Pedí un segundo café. Me
ayuda a pensar.
En quinto lugar, busqué en el
restaurante algún televisor. Podían retransmitir un partido de fútbol y este
hincha quería apoyar a su equipo, vistiéndose como sus ídolos y vociferando
como un animal en celo.
Pero no. No había ningún televisor.
No había ningún partido, estábamos en verano y los jugadores seguían de
vacaciones.
No había duda alguna. Aquel
memo desdichado había elegido aquella prenda tan “discreta” para acudir a una
cita con una pobre chica que su único error fue escoger a la persona
equivocada.
No estoy seguro si la
desdichada Carmen, volvió a establecer algún otro contacto, pero sin querer ser
agorero, me temo que en caso afirmativo, volvería a tener otro desengaño.
Por desgracia, hoy florecen
individuos, de ambos sexos, que van por la vida con el carnet de “todo vale”, y no es así.
Estos seres, como el de la
foto, son como estos bichos del Pokémon
Go... los meowths, rattatas, krabbys,
etc, etc. aunque estos son virtuales y los que yo me refiero, son reales.
Pues bien, a Carmen le
hubiera tocado, en su segunda cita, al espécimen que hace “footing” a todas horas y en cualquier lugar.
Desconozco los motivos
irrevocables que empujan a estos prototipos a correr, mayoritariamente los
domingos por la mañana.
Me volví a interrogar.
¿Para adelgazar...? ¿Para prevenir algún infarto...? ¿Por qué queda
bien...?
¿Por qué en las comedias cinematográficas, los protagonistas corren por
Central Park en Nueva York...? ¿Por qué así pasean al perro...?
Pobre chucho. Cuando ve a su
amo colocarse el maillot de “compresión”
(no tengo ni idea lo que significa) el animal se esconde debajo de la cama.
No sé, prefiero no opinar.
Lo que tampoco creo es que
sea normal que el seudo-atleta
recorra alguna de las calles de cualquier ciudad, repleta de semáforos y
mientras espera su turno para cruzar la acera, siga moviendo las piernas y vaya
dando vueltas alrededor del tranquilo transeúnte que hojeando el periódico, también
espera su turno para seguir andando.
Consejo de amigo. Nunca
jamás, hay que pararse para saludar a uno de estos “correcaminos” .
Aunque lo conozcas es mejor
ser un grosero que permanecer con la mano tendida durante un buen rato.
El tiempo necesario para que
el “corredor sin destino”, y sin
dejar de mover las piernas, se desprenda primero de las gafas con cristales
oscuros, cóncavos y protectores, de los rayos solares.
Una vez que te reconoce, ya
que con ellas ve menos que José Feliciano, debe utilizar otro de sus pocos
sentidos que le quedan: el oído y con los auriculares introducidos en los
tímpanos, es imposible. Tiene que desprenderse, primero de la ridícula cinta
que le envuelve la frente y a veces le cubre las orejas y luego quitarse los
malditos receptores que todavía expulsan una música estridente.
A continuación debe
desconectar los relojes, cronómetros, GPS, pulsímetros y demás artilugios que
tiene sujeto en las muñecas, antebrazos, hombros, pantorrillas y quizás en la
entrepierna, o sea, tantos como un pobre nigeriano en una playa en verano.
Mientras, uno sigue con la
mano extendida y con una cara de memo pensando que para decir: “hola cómo estás...” no hacía falta
tanta tontería.
Y cuando terminan de correr
tropecientos kilómetros, y antes de refugiarse en su casa y meterse en la
ducha, van a comprar una barra de pan integral, o un pack de yogures desnatados
o cuatro plátanos.
No hace falta que os diga que
en mitad del comercio, siguen moviendo la piernas recorriendo de arriba a bajo
en medio de la gente, contando las pulsaciones, jadeando y por supuesto...
sudando.
Bien, deseo que la amiga
Carmen no vuelva a experimentar otra situación con ninguno de estos “pokémones urbanos”.
Yo no pierdo la esperanza de
poderlos “cazar” con mi móvil en
algún restaurante o en otro lugar medianamente decente.
Si no lo puedes evitar, amiga
Carmen, te aconsejo que te acerques a una playa nudista y al menos... podrás
apreciar el género sin disfraces.
No es la mejor idea, pero al
menos podrás comprobar su DNI
genético...