domingo, 31 de julio de 2016

MIS MONÓLOGOS PREFERIDOS 4



Mi abuela decía que los que hablaban solos estaban locos de atar... Probablemente, mi abuela tuviera algo de razón...

CITA A CIEGAS


Si en un momento de descendencia anímica o simplemente te encuentras con la moral por los suelos y necesitas, entre otras cosas compañía, no es extraño que hoy, con esta estructura social que nos envuelve, te conectes con tu ordenador con alguna página que te enlaza con otro ser que se encuentra en tu misma situación.
No sé si es así como funciona pero más o menos...
Por lo que he podido averiguar, casi siempre hay alguien al otro lado del ordenador que está dispuesto a aceptar un cita para experimentar el primer contacto visual, si es que todavía no se han remitido fotografías... reales.
No obstante, el hombre, si se trata de dos seres de distinto sexo, espera comprobar el físico de su pareja porque como primate que es, lo único que desea es satisfacer sus instintos sexuales, en la mayoría de los casos.
La mujer, mucho más inteligente, mucho más discreta y recatada, afronta esta primera cita con el mejor vestuario que alberga su armario, con una visita a la peluquería y con unas gotas de un perfume francés debajo de los óvulos de las orejas y que lleva dos años en el estante de su cuarto de baño en espera de utilizarlo en grandes acontecimientos.
Bien, pues yo me hago mi película y podía resumirse así:
Para ser el primer encuentro, ella lo citó en un terreno neutral. Un mediodía en un concurrido restaurante de nivel medio.
Ella lo esperó sentada en una terraza a varios metros de distancia. Quería ver a su presa a cierta distancia.
Tanto ella como él, se olvidaron de identificarse con un clavel en la solapa o con otra tontería similar.
Tuvieron que exprimir su celebro y escudriñar alguna teoría de psicoanálisis para averiguar quién era quién.
Lógicamente él, esta sutileza, le fue incapaz de asimilarla y sólo buscaba una mujer parecida a una “Barbie”.
Pero al final, ella se levantó y se acercó a la entrada del restaurante. Él se aproximó y se encontraron de frente.
            -Hola soy Fernando...
            -Hola yo soy Carmen...
¿Y esto...?
La chica como hipnotizada, tenía los ojos puestos en la camiseta de un equipo de fútbol que el tal Fernando llevaba puesta.
No se fijó en la cara del individuo. Su careto de energúmeno le hubiera dado la respuesta.
            -¡Ah...! Es que soy un hincha forofo empedernido del Club de fútbol Maratoniense... -Contestó todo presuntuoso.    
             -¡Tú lo que eres un auténtico gilipollas integral...!
Debería haberle respondido la incrédula Carmen y no sólo, pensarlo....
Pero la muchacha, con resignación, entró en el restaurante acompañada de aquel descerebrado con la única esperanza de ser la primera y última vez que pisaba aquel local y rezando todas las Aves Marías que conocía para que ningún familiar, amigo, conocido o saludado, coincidiera con ellos durante el ágape.
Tengo que reconocer que soy un “voyeur”  insensible y un despiadado inventor de historias.
Y como tenía tiempo, me interrogué, mientras fotografiaba la espalda de aquel ser inhumano, con la máxima discreción:
En primer lugar pensé en como una persona podía ser tan hortera para presentarse a una cita con esta guisa. Vestido con una camiseta de un equipo de fútbol, ya sea de color grana, azul, blanco, rojo, verde, a rayas o a cuadros...
En segundo lugar pensé si estábamos en Carnaval. Rápidamente me di cuenta que era verano. También es cierto que existen disfraces mucho más elegantes que una camiseta futbolera, pero cada uno se disfraza como quiere, aunque aquel lerdo, con una gomita elástica por detrás de las orejas hubiera tenido suficiente.
En tercer lugar también pensé en que había estado jugando un partido y con las prisas de llegar puntual a una cita no tuvo tiempo de cambiarse.
También me di cuenta rápidamente que aquel individuo no había corrido detrás de un balón de fútbol en toda su ridícula vida.
En cuarto lugar, pensé que regresaba de asistir a un partido de fútbol. Tampoco. Todos los jugadores se encontraban de vacaciones y no habían partidos de fútbol.
Pedí un segundo café. Me ayuda a pensar.
En quinto lugar, busqué en el restaurante algún televisor. Podían retransmitir un partido de fútbol y este hincha quería apoyar a su equipo, vistiéndose como sus ídolos y vociferando como un animal en celo.
Pero no. No había ningún televisor. No había ningún partido, estábamos en verano y los jugadores seguían de vacaciones.
No había duda alguna. Aquel memo desdichado había elegido aquella prenda tan “discreta”  para acudir a una cita con una pobre chica que su único error fue escoger a la persona equivocada.

No estoy seguro si la desdichada Carmen, volvió a establecer algún otro contacto, pero sin querer ser agorero, me temo que en caso afirmativo, volvería a tener otro desengaño.
Por desgracia, hoy florecen individuos, de ambos sexos, que van por la vida con el carnet de “todo vale”, y no es así.
Estos seres, como el de la foto, son como estos bichos del Pokémon Go... los meowths, rattatas, krabbys, etc, etc. aunque estos son virtuales y los que yo me refiero, son reales.
Pues bien, a Carmen le hubiera tocado, en su segunda cita, al espécimen que hace “footing” a todas horas y en cualquier lugar.
Desconozco los motivos irrevocables que empujan a estos prototipos a correr, mayoritariamente los domingos por la mañana.
Me volví a interrogar.
¿Para adelgazar...? ¿Para prevenir algún infarto...? ¿Por qué queda bien...?
¿Por qué en las comedias cinematográficas, los protagonistas corren por Central Park en Nueva York...? ¿Por qué así pasean al perro...?
Pobre chucho. Cuando ve a su amo colocarse el maillot de “compresión” (no tengo ni idea lo que significa) el animal se esconde debajo de la cama.
No sé, prefiero no opinar.
Lo que tampoco creo es que sea normal que el seudo-atleta recorra alguna de las calles de cualquier ciudad, repleta de semáforos y mientras espera su turno para cruzar la acera, siga moviendo las piernas y vaya dando vueltas alrededor del tranquilo transeúnte que hojeando el periódico, también espera su turno para seguir andando.
Consejo de amigo. Nunca jamás, hay que pararse para saludar a uno de estos “correcaminos” .
Aunque lo conozcas es mejor ser un grosero que permanecer con la mano tendida durante un buen rato.
El tiempo necesario para que el “corredor sin destino”, y sin dejar de mover las piernas, se desprenda primero de las gafas con cristales oscuros, cóncavos y protectores, de los rayos solares.
Una vez que te reconoce, ya que con ellas ve menos que José Feliciano, debe utilizar otro de sus pocos sentidos que le quedan: el oído y con los auriculares introducidos en los tímpanos, es imposible. Tiene que desprenderse, primero de la ridícula cinta que le envuelve la frente y a veces le cubre las orejas y luego quitarse los malditos receptores que todavía expulsan una música estridente.
A continuación debe desconectar los relojes, cronómetros, GPS, pulsímetros y demás artilugios que tiene sujeto en las muñecas, antebrazos, hombros, pantorrillas y quizás en la entrepierna, o sea, tantos como un pobre nigeriano en una playa en verano.
Mientras, uno sigue con la mano extendida y con una cara de memo pensando que para decir: “hola cómo estás...” no hacía falta tanta tontería.
Y cuando terminan de correr tropecientos kilómetros, y antes de refugiarse en su casa y meterse en la ducha, van a comprar una barra de pan integral, o un pack de yogures desnatados o cuatro plátanos.
No hace falta que os diga que en mitad del comercio, siguen moviendo la piernas recorriendo de arriba a bajo en medio de la gente, contando las pulsaciones, jadeando y por supuesto... sudando.
Bien, deseo que la amiga Carmen no vuelva a experimentar otra situación con ninguno de estos “pokémones urbanos”.
Yo no pierdo la esperanza de poderlos “cazar” con mi móvil en algún restaurante o en otro lugar medianamente decente.
Si no lo puedes evitar, amiga Carmen, te aconsejo que te acerques a una playa nudista y al menos... podrás apreciar el género sin disfraces.
No es la mejor idea, pero al menos podrás comprobar su DNI genético...

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